Carmen Quintanilla Barba
(Diputada Nacional por el Partido Popular)
Hace unos días asistimos estupefactos y consternados a una nueva demostración de la cruda realidad: la violencia doméstica sigue estando entre nosotros, tan escurridiza como siempre, dejando claro que esta lacra social está muy lejos de quedar desarticulada y trasnochada.
La última víctima de la barbarie, la agresividad y la sin razón ha sido Vanesa, una joven de Puertollano que a buen seguro nunca imaginó, cuando unió su vida al hombre que quería, que se vería unos años después postrada en la cama de un hospital recuperándose de las graves quemaduras que su compañero le produjo en plena calle y a plena luz del día.
Esta joven, como tantas otras, sólo quiso apartarse del dolor y decidió cerrar con fuerza la puerta de una etapa de su vida que le trajo amenazas, inseguridad y dolor. Sólo por ese motivo, despertó el instinto vengativo y violento de un ex-esposo que no quiso que fuera feliz y que siempre pensó que su mujer era un objeto de su propiedad del que podía y debía disponer con total impunidad. Ahora ella, lucha encarnizadamente por salir adelante con el apoyo de los suyos, por recuperarse de unas heridas que han dejado marcado su cuerpo y su alma probablemente para siempre.
Los que no hemos sufrido la violencia, no sabremos nunca el alcance de una situación tan extrema y dura, las sensaciones de rabia, impotencia, preocupación y miedo que inundarán en este momento a los que aman a Vanesa. Desde estas líneas, deseo ofrecerles todo mi apoyo e infundirles mucho ánimo para afrontar día a día esta difícil batalla en la que se encuentran sumergidos.
Tras siete meses desde la aprobación de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, heridas como las causadas a Vanesa nos devuelven de un golpe a la cruda realidad: esta Ley bienintencionada, no sirve para garantizar la seguridad de las mujeres que han sido agredidas física o psíquicamente y que han pedido el apoyo de las instituciones solicitando una Orden de Protección.
La garantía de la seguridad y de la integridad, estoy segura que daría nuevas esperanzas de futuro a muchas mujeres que hoy por hoy no se atreven a denunciar por miedo a represalias y nuevos ataques y a aquellas que una vez iniciado el proceso, deciden interrumpirlo esgrimiendo los mismos argumentos. Pero es posible poner fin a años y meses en los que la mujer maltratada se ha visto confinada a los muros de su casa con la sensación de ser el único reducto donde la seguridad es una realidad. El Partido Popular está luchando para que se cree lo que hemos llamado “Plan de Seguridad Personal” para asegurar, en función de las características y condiciones de cada mujer, unos niveles de protección mediante medios telemáticos y tecnológicos y personal policial adecuados e individualizados que devuelvan a estas mujeres su libertad y les abran puertas a la construcción de su nueva vida, lejos de temores y palizas.
Vanesa es la más desgraciada evidencia de que no todo está hecho, de que los poderes públicos no podemos aún felicitarnos y darnos palmadas en la espalda. El esfuerzo conjunto y cohesionado de los partidos políticos en busca de un único interés, el de las víctimas, es la mejor baza frente al agresor. Si el temor a la cárcel o la orden de un juez no son suficientes para desincentivar agresiones posteriores, el agresor debe saber que la mujer no está sola.
Y la sociedad, tiene un papel vital en la destrucción final del entramado de la violencia doméstica. A más repulsa, más conciencia social de la importancia de educar en igualdad, de transmitir a nuestros hijos que mujeres y hombres deben caminar juntos. Nuestra mayor esperanza es que las generaciones futuras reconozcan el maltrato como un comportamiento repulsivo y la única manera de conseguir que esta idea cale hondo entre nuestros jóvenes es a través de la educación en el seno de las familias y en la escuela. No permitamos la indiferencia, no dejemos que la habitual frecuencia con la que escuchamos el dolor de las mujeres maltratadas nos dé otra perspectiva de las cosas. El maltrato sigue siendo una tragedia, y cada víctima un ejemplo de que el cambio que ha de producirse en España está aún en proceso.