Ramón Fernández Palmeral
Camino a Puerto Lápice
Señor Azorín:
Eran las 2,30 de la tarde del día 11 de mayo, hora de comer, porque en estos viajes literarios también se come y se bebe amén de otras necesidades fisiológicas. Cuando bajamos del Cerro de la Paz, buscamos un lugar para comer, sin embargo la carretera nos echó fuera de Campo de Criptana y otra vez de vuelta regresamos a Alcázar, buscamos un famoso restaurante que se llama «La Mancha», de cocina regional. Tras varias vueltas por jardines y calles lo encontramos y para nuestro lamento se hallaba cerrado, así que continuamos nuestra carretera N-430, ya cerca de unas lagunas medio desecadas, y en el primer restaurante que vimos y que merecía la pena, entramos, se llama «Hotel Barataria», como la ínsula que gobernó Sancho tiene dos comedores, uno de manteles de hilo y servilletas en las copas.
Las ventas en tiempo de don Quijote eran abundantes. Documentadas están las ventas del Molinillo, del Alcalde y Venta Tejeda, ventas citadas en las Novelas ejemplares, puesto que el viajero tenía que hacer muchas jornadas. Las ventas fueron estudias por Astrana Marín.
Pues bien, estábamos sentados mi mujer y yo a la mesa del Restaurante Barataria, que no tiene nada de barato, cuando llegó el maître con el cartapacio de la Carta que tenía cuatro o cinco páginas metidas en sus fundas de plásticos. Nosotros al Menú para no perder tiempo en que nos sirvieran. En la mesa de al lado estaban sentado tres hombres: uno de ellos era el patrón de los demás, porque cuando sonaba el teléfono móvil no lo atendía directamente, sino que el segundo hombre recibía la llamada y le preguntaban si estaba, y luego se lo pasaba, el tercero se mostrada nervioso, intranquilo, miraba a toda partes como los flamencos, y me dio la espina que era el guardaespaldas.
Leemos el menú: de primero paella, sopa de pastor o guisantes con jamón. Arroz no, que de paellas y calderos estamos hasta el pelo en Alicante. Yo de primero la sopa de pastor, a mi mujer le gustan las verduras, por lo tanto guisantes, y de segundo las chuletas de cordero al queso manchego con miel, y ella filetes de lomo.
–Hola, ¿de beber? –pregunta el camarero.
–Una cerveza sin alcohol, que tengo que conducir, y un mosto.
–Tú para qué le tienes que explicar al camarero si tienes o no que conducir –me regaña mi mujer– parece como si quisieras justificar que no pides vino.
Me callé, porque si hay algo que aprendí de mi abuelo es a no discutir con las mujeres, «sí buana y vengan aniversarios».
En seguida sirvieron un pan tostado candeal con su bol de ajoaceite y tomate con aceite que fue liquidado en un momento, sin darle tiempo a que llegaran las bebidas.
–No comas tanto pan que es lo más barato –me indicó mi mujer. Pero yo seguí a lo mío, y no dejé ni las migajas.
En la típica gastronomía manchega los tiznaos, migas de pastor, pistos, asados de cabrito, no puede faltar el queso con Denominación de Origen, los ajos, el azafrán ni el aceite, más la torta de pastor en los guisos, gazpachos como los que usted describe en el artículo: «Gazpachos» pag, 166-168 de La Ruta… En algunos restaurantes figuran en la carta el salpicón y los duelos y quebrantos. Usted nos habló de diversos tipos de gazpachos: de los «ricos» con pollo, o perdiz, o conejo, o liebre. Los «pobres» son de collejas. Los gazpachos montaraces son los que guisan los pastores en el monte. ¿Recuerda esta descripción en su libro Con permiso de los cervantistas? Hay un manchego instalado en la Costa Blanca, en Santa Pola creo, que ha inventado el gazpacho manchego con marisco, es decir, la carne se sustituye por bogavante, langostinos tigres de Guardamar (precio prohibitivo), algún rape y una cabeza de gallineta, más la torta de pastor que no puede faltar; pues le puedo asegurar que es uno de los inventos culinarios, exportados de La Mancha, que más éxitos tiene allí en la Costa Blanca.
De gastronomía nos habla el Quijote «Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos». También nos habla de los vinos de Málaga y de Ciudad Real. En otro capítulo, el 20 de la 2ª parte en las bodas de Camacho, cuenta que los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta, todos limpios, todos diligentes y todos contentos.
Después de comer nos recomendaron los postres: Besos manchegos rodeados de nata y caramelo en fideos. Yo pedí mi flan con nata, ella los besos. ¿Y los «ruideritos» no tendrán celos de estos postres que llaman repostería de autor? Se quedó en el botellero el Estola 1999, etiqueta negra, cosecha excelente. Yo guardo en casa una pequeña colección de botellas por si llueve, eso lo decía mi abuelo paterno, cuando vivía en el cortijo del Mayarín. Porque cuando llovía los peones no trabajaban en al campo y se refugiaban en su cortijo y claro, tenía que sacar el vino, aunque él tenía cosecha propia en un barril de muchas arrobas y no tenía problemas, era un tonel grande y negro que compró en Nerja a unos pescadores que se lo encontraron flotando en el mar.
He tomado el Nissan con cierta pereza, cierta pereza de conducir sin una siesta. Con el estómago lleno y apenas sin descansar, tomamos el coche, seguimos la dirección Oeste, pasamos por Herencia, el pueblo que tiene fama de los mejores quesos manchegos de oveja, aunque tienen variadas industrias como se puede ver desde la carretera al pasar por el cerro del pueblo de Herencia. Hemos pasado por debajo de una autopista y hemos entrado ya, al fin, en Puerto Lápice, en el kilómetro 136 de la N-IV. El nombre de Puerto Lápice deriva de su característica geológica de ser tierra de piedra lapícea. Aquí estaban las quiterías o posadas o ventas de Puerto Lápice. Fue el rey Carlos III quien dio parroquia y juzgado a la villa en el año 1774, época en la que existían al menos cuatro ventas, testimonio de la importancia que siempre tuvo Puerto Lápice en la ruta Madrid-Andalucía. Ser paso natural fue causa de que las tropas napoleónicas causasen daños en muchas edificaciones en su camino invasor hacia el sur en el año 1812. En 1841 se creó el Ayuntamiento concediéndole el pequeño término del que hoy goza.
En su primera salida llegó don Quijote a una venta en Puerto Lápice cuando anochecía, después de caminar durante todo el día, «lugar muy pasajero» que creyó castillo, y le pidió a quien creía ser el alcaide de la fortaleza que le armase caballero como los caballeros andantes; no era otro sino un ventero andaluz, socarrón, cuyo nombre no sabemos, de los de playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estudiante paje [estudiante fracasado], «era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, terminó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor». En la puerta había dos distraídas mozas que le parecieron dos graciosas damas, cuando eran mozas del partido (rameras damas) (II,2). Al final de este capítulo Cervantes comete el error de llamar al ventero «castellano ventero» cuando antes había dicho que era andaluz de las playas de Sanlúcar. En estos pasajes donde se mezcla ficción con crueldad se nos cuenta la realidad de toda una época, testigo de la vida miserable de una decadencia.
La segunda vez que nos lleva a Puerto Lápice es después de la aventura de los molinos, donde había roto la lanza; llega a Puerto Lápice junto a Sancho Panza, al que ya había convencido en la codicia de una ínsula, «por ser lugar muy pasajero», o Lápiche como aparece escrito en su libro de La ruta…, en la aventura de los frailes de San Benito y con el vizcaíno del capítulo 8º de la I parte. Don Quijote creyó que los frailes eran encantadores que llevaban hurtada alguna princesa en un coche, donde en realidad viajaba una señora vizcaína hacia Sevilla, escoltada por cuatro o cinco caballeros.
Usted nos da cuenta en las crónicas VII y VIII, de la llegada a Puerto Lápiche, donde se hospeda en el Mesón de Higinio Mascaraque. Nos describe que «El puerto es un anchuroso paso que forma una depresión de la montaña; nuestro carro sube corriendo por el suave declive, muere la tarde…». Cuando mi mujer y yo llegamos a Puerto Lápice eran las cinco y diez de la tarde, subimos hacia la derecha y dimos la vuelta en la explanada del Hotel Aprisco. Carretera N-IV, km. 136. Un hotel de dos estrellas y restaurante, en la puerta junto a los aparcamiento hay una calesa antigua, cubierta bajo una especie de pérgola. A lo mejor es el antiguo mesón de Higinio, pero ningún porteño lo sabe. ¿Sabía usted que el gentilicio de la gente de Puerto Lápice es porteños?
Usted toma contacto con José Antonio el médico de Puerto Lápice, estaba enfermo y los dolores iban purificando su carácter y además tiene el vicio de tipografía, «hace un periódico durante la semana lo escribe de puño y letra; luego, el domingo, lo lleva al casino; allí lo leen los socios y después se lo vuelve a traer a casa para la colección.»
El pueblo es alargado, longitudinal, construido a ambos lado de la N-IV km 136, un puerto tan suave que no sé por qué lo llama puerto, quizás lo es si se viene de Arenas de San Juan. Tiene actualmente 1.049 habitantes (censo de 2001). No escuchamos al porquero que tocó el cuerno y creyó don Quijote que era un enano del castillo, que hacía seña de su venida. Por este pueblo seguramente que Cervantes, gran viajero, había posado y hospedado en alguna venta, bien camino a Madrid o a Esquivias (pueblo de la mujer, al norte de Toledo) bien por el camino de Aranjuez o por Toledo. Ya que Aranjuez lo nombró dos veces Cervantes, una en el Quijote y otra en el Persiles y Segismunda, y que ya escribí sobre ello y sin ningún reconocimiento, en las páginas de la Comisión del IV Centenario de Aranjuez.
Bajamos de nuevo hacia el centro, la plaza del Ayuntamiento porticada. Seguimos bajando hasta aparcar en la puerta de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Buen Consejo. Se puede ver la fachada de la venta con alero, y vimos un viejo portón, ya estamos en la venta de Don Quijote, una venta conservada como las antiguas ventas de La Mancha. La fachada encalada, con portillo pintado en añil, venta que lleva el nombre del Hidalgo, calle del Molino nº 4, que fue construida en el siglo XVIII y reformada como sitio de comida y descanso, un monumento nacional, entramos, a la derecha una tienda de souvenir, a la izquierda un poyete de azulejos clásicos, diplomas, placas, recordatorios, y un azulejo conmemorativo de su inauguración tras la remodelación, donde me hice una foto, y otra a los azulejos como documento de este safari fotográfico.
Se accede al patio empedrado a través de un porche cubierto y sostenido por dos grandes pilares o columnas. Una vez dentro uno se emociona, se llena de encanto y retorna al pasado de los patios porticados con vigas de madera color almagra, patios de comedias, artes y letras, como el teatro de Almagro. A la izquierda se ve un carro que ha venido de los caminos, al fondo, junto a un pozo con brocal y un abrevadero de piedra, nos vigila la figura metálica de Don Quijote velando las armas que tiene a sus pies: armadura y adarga. A quien le doy las buenas tardes a la vez que imprudentemente toco la armadura, y, me llevo una sorpresa inaudita, Don Quijote me advierte enojado:
«-¡Oh, tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tomar las armas de más valero andante que jamás se ciñó espada!, Mira bien lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento» (I,3).
Después de este incidente lo mejor era no enfrentarme a él, dicen que está falto de juicio. Entramos al Restaurante Típico, que es una vieja bodega que conserva grandes tinas, y se puede comer en esa bodega. En una pared leí un diploma del cocinero y mesonero mayor don José Luis Lerguburu Gutiérrez, que está considerado como el ventero oficial, con atribuciones para ordenarte caballero como ya lo hiera con Miguel de la Cuadra-Salcedo en el verano del 2003. En dicho restaurante me tomé un cortado por 1.20 €, como en las mejores cafería de la Gran Vía, pero sin duda alguna con mejor decorado. Menos mal que yo siempre llevo bien herrada la bolsa.
Don Quijote quiere ser nombrado caballero como los caballeros andantes, por esa terquedad es también un modelo de aspiración a un ideal ético y estético de vida, que se hace caballero andante para defender la justicia en el mundo y busca aventuras peligrosas y sobrehumanas con dragones y gigantes, para ser merecedor del amor de una dama principal, en lo que se llamaba amor cortés. En este caso era la princesa Dulcinea, que Cervantes, para burlarse de los amores platónicos del caballero, convierte en una aldeana llamada Aldonza Lorenzo, que era un nombre del que circulaban burlas y chismes muy populares
Fuente: www.monover.com