Buscando a Azorín por La Mancha (7)

Ramón Fernández Palmeral

Las Lagunas de Ruidera

Señor Azorín:

   Por la noche estuve tomando notas para no olvidarme de lo vivido. Estuve leyendo algunos capítulos anteriores de los referentes al Caballero del Verde Gabán. De repente empecé a destornillarme de risa.

—¿De qué te ríes tú solo? Los tontos se ríen solos.

—Es que estoy leyendo lo de la aventura de los leones del Quijote. Uno de los episodios más humorísticos del libro.

   Escucha: Estaba Sancho comprando requesones a unos pastores y como no tenía donde meterlos los iba guardando en la celda de Don Quijote, cuando escuchó que su amo le llamaba a toda prisa para que le trajera la celada que llevaba el escudero, puesto que vio a un carro que venía con bandeas reales, y presagió una nueva aventura, y como Sancho no tuvo tiempo de sacar los requesones de la celada se lo dio como estaba. Y don Quijote sin echar de ver lo que la celada tenía dentro se la encajó en la cabeza, y como los requesones se exprimieron comenzó a correr el suero por el rostro y barba de don Quijote

—¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza?

   Mi mujer también se tronchaba de risa. Además la aventura de los leones hambrientos, cuando pide al leonero que abra la jaula, es de un valor temerario más que de cordura.

   Estuve escribiendo notas aisladas, sentado al borde de la cama mientras miraba por la ventana la laguna de La Colgada, sobre cuyo espejo se reflejaba una luna pequeña y creciente, alta y lejana sobre el horizonte montañoso de unos cerros leves, un tajo de sandía blanca, la luz selenita llegaba hasta el embarcadero, tres patos navegan hasta la orilla, uno se queda picoteando al borde de la tierra, los otros dos se van hacia la cascada, como el otro pato no regresa se vuelven hacia él, y educados y vigilantes le esperan a que termine de picotear.

   «Y le enseñaron las lagunas de Ruidera, famosas asimismo en toda La Mancha y aún en toda España…» (Cap. 21,2ª parte de El Quijote). Este eslogan encabeza el Catálogo sobre el Parque Natural de Lagunas de Ruidera, de Andrés Naranjo Moya, Impresión y Diseño: Gráfica Tomelloso, S.L. (2002), que con primorosas y educativas ilustraciones lo incorporo desde ahora a mis libros guías y ya van cinco. Muchas veces, señor Azorín, tengo dudas de si el artículo «la» que precede a Mancha va con mayúscula o con minúscula, usted lo escribe con minúscula, yo he optado por la mayúscula, no obstante creo, que esta ambigüedad necesita un congreso lingüístico o al menos una tesis doctoral.

   El silencio es comestible «un silencio profundo, un silencio ideal, un silencio que os sosiega los nervios y os invita al trabajo, un silencio que Cervantes califica de “maravilloso” y que dice que es lo que más ha sorprendido a Don Quijote, reina en toda la casa». Usted se refiere al capítulo 18 de la 2º parte del Quijote, en casa del caballero del Verde Gabán, «pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos». A veces nos da miedo el silencio porque oímos el fluir de nuestra sangre al paso latir por los oídos, en lo que se llama tinnitus (ruidos en los oídos), y es que yo padezco eternos ruidos a los que no hago caso. En estos parajes lacustres, deslizada entre exquisitos y penitentes chopos, álamos u olmos, la paz casi molesta tanto como un mal poema. Un enjambre de mosquitos vuela al trasluz.

   Dormí de un tirón, desperté cuando las del alba serían, con la luz del amanecer hice unas fotos desde la ventana, la luz se reflejaba con ganas de romper el cascarón del ocaso aún casi cerrado, la bóveda del universo, en el cielo había unas nubes ligeras, de mantequilla, quietas en el horizonte. Lo primero que hice fue bajar al parking, junto a la carretera, para ver si estaba mi Nissan Almera, es un gasoil, una maravilla de los hijos del sol naciente, me da la sensación de que en el motor hay cientos de japoneses trabajando para mí solo. Antes de desayunar hice un breve recorrido por los alrededores, por el llamado barrio de Pesadores; bajé por unas escaleras a la abandonada central eléctrica de Fenosa. Al borde de una, dos, tres cataratas, de unos diez metros de altas, contemplé el matrimonio de un álamo unido a una jacarandá florecida en violeta, que a la vez había metido un mazacote de raíces en el agua y parecía un malecón o embarcadero natural.

   Tomé notas de la flora autóctona de un cartel informativo de los que hay por el parque, al borde de las carreteras. Crecen los olmos (Ulmus campestris) y el álamo blanco (Pupulus alba). El chopo (Pupulus so) fue introducido con fines maderables, y también la repoblación con pinos carrascos (Pinus halepensis), resistentes a la sequía para proteger las vaguadas ante la erosión. Junto a la encina, la coscoja, el enebro, el espino, aliagas, romeros, sabinas, abetos o cipreses. La vegetación de los pantanos o palustre, crece con los miedos como crecen las sombras oscuras del destino, son los carrizos (Phragmites australis), espadañas (Thypha syp), masiegas (Claudium mariscus) y juncos.

   Las Lagunas de Ruidera componen un Parque Natural, forman un conjunto de una, dos tres, cuatro…, hasta quince lagunas entrelazadas por canalillos, cascadas, saltos o nacimientos, de formas elípticas, circulares o fiordos de aguas transparentes, de un cromatismo variable entre la gama de los colores esmeraldas, zafiros, perlas, azules, pardos…, hábitat de una flora y fauna variada. El silencio es tan callado que se oye, quien tenga oídos, el crecer de la hierba, cortado por el vuelo de los vencejos, algún pitirrojo o la aleta de algún pez que corta el agua y produce ondas concéntricas. Es uno de los parajes más bellos de España. Las lagunas se llaman: Blanca, Conceja, Tomilla, Tinaja, San Pedro, Redondilla, Lengua, Santos Morcillo, Salvadora, Batana, Colgada, Del Rey, Cueva Morenilla, Coladilla, Cenagosa. Aunque llaman Lagunas de Ruidera al parque natural, colindan los términos de Villahermosa, Ossa de Montiel, Ruidera, Alhambra y Argamasilla de Alba.

   A las nueve regresé a la habitación 409 para avisar a mi mujer de que bajara a desayunar, no podíamos perder mucho tiempo, teníamos muchos lugares de La ruta de don Quijote por visitar.

   El camarero del ancla tatuada en el brazo, un hombre fuerte de unos cincuenta años, es diligente, ya afable, ya diligente, ya atento, que acaba de abrir la cafetería. Somos los primeros clientes y los únicos. Yo no paro de hablarle, de sacarle alguna palabra que no sea la del servilismo.

—Nosotros venimos desde Alicante para hacer la Ruta de don Quijote.

—Esta es la mejor fecha para venir a las lagunas —juzga el camarero que se llama Paco—, en invierno hace frío y en agosto no para uno del calor y la cantidad de gente que viene. Yo estuve trabajando en un pueblo costero de la Marina Alta, aquello sí que tiene turismo y buen ambiente.

—¿Entonces conocerás el Cabo de la Nao y San Antonio, la isla de Portichol y playa de Granadellas?

—Pues claro, yo trabajé en la Costa Blanca, cerca de veinte años.

—He visto centrales eléctricas abandonadas de Fenosa— pregunté con curiosidad.

—Hace unos treinta años cerraron las fábricas de la luz, hubo cinco centrales, daban trabajo a muchas familias.

Fuente: www.monover.com

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