Ramón Fernández Palmeral
Casa-Museo de Azorín en Monóvar
Señor Azorín:
Cuando mi mujer preparaba las maletas, yo metí unos libros que nos iban a acompañar.
–Cariño, no metas ahí esos libros que me vas a ensuciar la ropa, aquí tienes la bolsa de las zapatillas, y ahí en un lado metes los libros y cuanto de escribanía llevas.
–Tienes todo la razón, soy un descuidado –siempre tiene razón, sobre todo cuando me entra la amnesia los días previos a cualquier viaje.
Los libros que llevo son cuatro: Un Quijote, La Ruta del Quijote, una Guía del Quijote titulado Las Rutas de don Quijote, de Antonio Aradillas que documenta la historia de toda La Mancha, más una guía de carreteras que no puede faltar. Amén de cámaras fotográficas.
Salimos mi mujer y yo por la mañana, sobre las nueve horas, el cielo tenía ese azul cobalto limpio, característico del levante marino, ese azul comestible que nos regalan los cielos y no merecemos, mi mujer se santiguó como de costumbre cada vez que se sube al Nissan. Tomamos la Avenida Orihuela que ella sola se convierte en la autovía de Madrid E-7, antigua N-330, hasta Elda, amplias curvas en subida hacia la meseta nos elevan por el Portichol, un valle de tierras grises y manchones verdes del cultivo de la vid. En Elda hay una salida a la derecha, se pasa por debajo de la autovía, hay una rotonda, y ya se ve el cartel de Monòver a 12 kilómetros, que así es como se escribe Monóvar en valenciano. Esta es una zona donde se habla el valenciano, pero no son cerrados, es decir que si tu les hablas en español ellos cambian el registro sin ningún problema, son gente amable y hospitalaria, la provincia tiene sus parcelas de habla valenciana y otras de habla castellana. (El artículo 3 de nuestra Constitución, dice que el castellano es la lengua oficial del estado…,) por ello, yo prefiero decir castellano en lugar de español, que es la acepción recomendada desde 1926 por la Academia de la Lengua, criterio ya defendido en 1931 por Ortega y Gasset y Unamuno. En 1978, algunos senadores propusieron que se dijera «castellano o español». Las lenguas vernáculas son una riqueza cultural, el catalán incluye dos variables, el valenciano y el mallorquín. Se ha discutido en las Cortes Valencianas si el nombre del idioma de la comunidad valenciana es el valenciano o el catalán, cuestión ésta que no ha quedado a gusto de todos.
Ya estamos en Monóvar o Monóver, a 34 kilómetros de Alicante, situado a 38,43º latitud N y 0,83º longitud O, y 341 metros de altitud, tiene 12.077 habitantes según el censo de 2002. Entramos en el pueblo siguiendo la calle Mayor, que es principal y nos llevaba hacia la parte alta de la ciudad, tuvimos que preguntar a una mujer con su carrito de la compra que pasaba por la acera, cerca del Ayuntamiento, dónde estaba su Casa-Museo. «Siga pasada la obra y allí verá una plaza, está cerca». La gente es amable y hospitalaria. Aparqué en una plaza amplia, cerca de un buzón amarillo de correos, desde donde se ve la torre de una iglesia, cerca está la calle Salamanca.
Una vez en la acera de los números pares, en el número 6, donde estaba la casa de sus padres, vimos el ocre de fachada y la lápida que dice Casa-Museo, a mi izquierda si miro a la puerta de frente está el símbolo de la CAM Cultura (el triangulo y el cuadrado inscrito en un círculo), que la adquirió y rehabilitó respetando la fechada, la buhardilla, despachos del padre, salones, y que se inauguró el 10 de mayo de 1969. La calle es estrecha, tanto que no se puede aparcar, solo es transitable, y el silencio fluye de aquí para allá, el incorrupto e impenetrable balcón de donde cuelga una especie de auca o cartel que anuncia la exposición Cervantes y Azorín. No acuden las voces de los murmullos de los vecinos, el maullar de los gatos ni el pasar de los carros porque ya no hay carros sino carritos de la compra donde el cartero lleva su mercancía de cartas sin uniforme ni gorra de plato.
Está dirigida la Casa Museo por el erudito azoriniano don José Payá Bernabé, secretario Enrique y una azafata con traje azul pespuntado, amable y discreta. La casa se ha convertido en un centro cultural, lugar y foro obligado para los azorinianos, que deseen investigar la vida y la obra de este cardinal escritor y periodista parlamentario. Nos informan en un folleto que la casa fue residencia de la familia Martínez-Ruiz desde 1876. Cuando José Martínez Ruiz se trasladó a ella tenía tres años de edad. La casa perteneció a Loreto Ruiz, tía de la madre doña Maria Luisa Ruiz, legataria del testamento de su tía. Allí vivieron sus hermanos, Amparo y Amancio hasta 1961. Cuando entramos, frente hay una escalera, a la derecha sala de exposiciones, a la izquierda la sala de reuniones, auditorio y oficinas.
La azafata nos invitó a una visita guiada de las dos plantas de la casa, del despacho del padre y de la biblioteca de la buhardilla, donde por suerte además está el cuarto de aseo porque tuve que hacer uso de él, porque las ganas de orinar me aprietan cuando menos falta hace. La biblioteca está ordenada, no se preocupe señor Azorín todos los libros están muy bien conservados, hay vitrinas con manuscritos y recortes de prensa.
Qué lejos quedaron los invencible días de su infancia y juventud, días de desafueros, y colegios de escolapios en Yecla, descritos en La Voluntad, explicada por E. Inman Fox, en la introducción de la edición de Castalia, 1989. También me gustaría saber por qué en Confesiones de un pequeño filósofo no hay mención a su queridos progenitores: don Isidro y doña María Luisa, no nombra a este pueblo lleno de encanto y de historia latente, perceptible, constatada, en cambio, sí nos traslada sus melancolías en el colegio de los escolapios de Yecla.
Tuvimos la suerte de poder saludar a don José Payá, un hombre activo, de ojos vivos tras las gafas, charlamos sobre mis intenciones de escribir un libro ilustrado que titularía Buscando a Azorín por La Mancha, le entusiasmó la idea, yo le regalé mi libro Encuentros en el IV Centenario, y en un cambio muy ventajoso para mí me dio una bolsa grande de papel, la cual llenó de libros y anales azorinianos editados por la CAM, el patrocinador de la Casa-Museo, que me llenó una antigua y desea satisfacción.
Entre los anales azorinianos estaba el número 2, donde hallé un artículo que me ilustró sobre lo que yo buscaba, titulado «La ruta de don Quijote», p. 145-146, firmado precisamente por el ya aludido José Payá Bernabé, en cuyo artículo se cometan dos ediciones sobre el libro de Azorín La Ruta de don Quijote. La primera editorial la hizo la editorial Rembrant, Alicante, 1982, con prólogo de Santiago Riopérez Milá, autor de Azorín integro, y además biógrafo, ilustrada con aguafuertes del magnífico dibujante Agustín Redondela, una edición para bibliófilos, numerada de 236 ejemplares, 139 puestos a la venta. Otra que se comenta, es la que yo manejo, que es la de Cátedra, de Letras Hispánicas, Madrid,1984, de José María Martínez Cachero, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Oviedo, donde aparece una bibliografía crítica.
En la Casa-Museo conocí de las últimas dos ediciones homenajes sobre su libro La Ruta…, para conmemorar el I Centenario de su publicación, una de la Universidad Castilla-La Mancha ilustrada con fotos de la zona e introducción de Esther Almarcha catedrática en la Universidad de Ciudad Real, y otra edición, la de la Diputación de Alicante, introducción de José Ferrándiz Lozano, periodista y especialista en la vida y obra de Azorín, con ilustraciones de Joan Castejón.
Finalizada la visita cultural quedaba la visita sobre la piel de la ciudad, patearla, pues el turista tiene que mover la parte ósea, bielas mojadas en líquido sinovial, lo mejor para enfriar el motor humano es tomar unos vinos, allí lo más cercano era el Casino que tanto usted nombró en sus escritos. A buen paso, aunque tengo los huesos hechos a la pena y al flagelo de la artrosis, alcancé la iglesia parroquial. La farmacia ha dejado de ser botica. Doña Laura, la viuda del señor del mármol Ignacio Vilacastín, pasa conduciendo su propio coche. No sé si usted sabe que hace más de treinta años que las mujeres aprendieron a conducir sus propios automóviles, son cocheras. Ahora Monóvar tiene un floreciente negocio del calzado, mármol, construcción, tienen azulejos, fortuna y más mercedes. Esther y Natalia vestidas con pantalones vaqueros cortos de pirata, pasean con carritos de la mano, van a la compra, al mercadillo de los lunes, porque los lunes tienen licencia los mercaderes «de bastimentos» que autorizó Sancho en su ínsula de Barataria, para vender al pormenor en su puestos de ropa barata y verduras.
Y el reloj de la torre, monstruo devorador de las horas y del tiempo insobornable, marca las once, ya no se oye a cada hora del día y de la noche como usted cuenta en el capítulo XV «La misteriosa Elo» de su libro Confesiones de un pequeño filósofo cuando pregunta: «¿Por qué tocan las campanas a todas horas llamando a misas, a sufragios, a novenas, a rosarios, a procesiones, de tal modo que los viajantes de comercio llaman a Yecla la ciudad de las campanas?». El camarero de la Cafetería Azorín, C/. Juan Carlos I, 10, con cierto aire de mestizaje debía ser un aimara de los que últimamente han tomado asiento en esta España de acogida. El llamado vino del país, que tiene la denominación de origen: Alicante. La familia Poveda es una saga de vinicultores. Famoso es Cantaluz, Viña Vermeta Reserva del 78, el Rosella rosado de monastrel botella estilo de Rhin, y el más famoso de todo es el dulzón Fondillón, el cual, y según el saber popular es enviado a la Casa Real por Navidad. En el Xiri, o rincón del sibarita en Monòver utilizan los tomates secos para aderezar los guisos, los secan a la antigua, partidos por la mitad con sal sobre cañizo hasta que el sol extrae el agua.
Después de percibir a través de mi indocto paladar las turbias imágenes de las tierras medias y altas del Vinalopó, y esas esencias a fruta y canela de un vino amplio en boca y madera nueva, de la que hablan los enólogos, se hicieron las once y media de la mañana y tomamos de nuevo la autovía E-7. Recordé que una vez fui a comer a una aldea que creo está hacia Pinoso que se llama Chinorlet en la CV-83, y allí aparecimos una vez un grupo de 4 matrimonios, era una casa más de huéspedes que restaurante, donde nos sirvieron la especialidad: arroz con conejo y caracoles en una paellera amplia y extensa con un dedo escaso de grosor de arroz con azafrán de hebra de la Solana. Este tipo de arroz tiene sus secretos, y perdón por mi atrevimiento gastronómico, reside en que es cocido en leña de sarmientos. Buen precio, buen servicio y sobre todo familiar, sales con esa sensación de haberte ganado a un amigo, y no hay nada, para presumir de hombre mundano como conocer a los gerentes, restauradores o cocineras mayores del Reino de Valencia. Porque si vienes un domingo a comer sin la reserva previa, te quedas sin comer.
No se puede decir que se conoce un lugar hasta que te has casado en él, pero si no es posible, al menos, párate a comer y a beber sus caldos de la zona, tomar unas fotos, y sobre todo oír lo que la gente te tenga que contar, un viajero es como un diplomático que informa de sus reuniones y contactos sin preceptos que cumplir.
Fuente: www.monover.com