Buscando a Azorín por La Mancha (1)

Ramón Fernández Palmeral
Carta para Azorín

  

Señor Azorín:

   Mucho ha cambiado La Mancha desde su visita en la quincena del mes de marzo de aquel lejano año jubilar de 1905, ahora, vivimos en el 2005, y se cumple el I Centenario de aquel viaje, ¿recuerda?, aquellas quince crónicas de encargo que le hizo don José Ortega Munilla, director de El Imparcial, para dar testimonio en fe de la presencia del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Ahora para conmemorar este I Centenario me he propuesto recorrer los mismos lugares que pisara usted hace un siglo, y, de alguna forma crédula, tal vez ingenua, dejar testimonio de la situación actual o como se dice ahora: «tomarle el pulso» a La Mancha, una Mancha que se ha engalanado para también celebrar el IV Centenario de la publicación de la primera parte del Quijote.
   Será un viaje en el que me he propuesto buscar las huellas y vestigios que usted dejara, maestro de las letras, el recuerdo difícil en el rescoldo ya aventado tras las palabras escritas, porque mucho pueden variar las gentes, la economía y el paisaje, pero los santos lugares del Quijote permanecerán ubicados e inamovibles en los mismos sitios descritos por Cervantes.

   Para empezar a buscarle nada mejor que visitar el lugar de su nacimiento: Monóvar, una villa en el Alto Vinalopó (Alicante), una localidad industrial y laboriosa casi colindante con La Mancha, por su proximidad a los lugares míticos de El Quijote, y luego, desde ahí: su villa natal, recorrer los lugares de privilegio de los que, por proximidad, podamos disfrutar homenajeándole por aquel libro que nos legara, La ruta del Quijote, pues ya quisieran muchos americanos o japoneses, por poner un ejemplo, poder realizarla como yo la voy a recorrer ahora, a paso lento, con paradas en las que solemnes campanas de bronce me recibirán.

   Seguiré los pasos que nos marca su libro de La Ruta…, en la edición de José María Martínez Cachero, Cátedra, Madrid, 1995, aunque hemos de adaptarnos al itinerario de una partida desde Alicante y no desde Madrid.

   Desde Monóvar iremos a Ruidera, entraremos en la Cueva de Montesinos. «Y como la cueva está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted? No estará muy profunda». ¿Recuerda usted, señor Azorín?, fueron las recomendaciones que Ortega Munilla le hizo, en casa de éste, cuando le dio las directrices para el viaje a La Mancha y le entregó un revólver chiquito «En todo viaje hay una legua de mal camino». Pero ahora, en estos tiempos nadie lleva revólveres al cinto en España, que yo sepa. Un viajero que pretendía visitar España en el siglo XVIII preguntó: ¿cuántos hombres armados necesito para viajar a España?

   Será mi propósito bajar a la cueva aunque me rompa la prótesis de la rodilla. Desde Ruidera será lo más afortunado acercarnos a Argamasilla de Alba, según todos los eruditos, este es el lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme… porque parece ser que Cervantes estuvo preso en la casa o cueva de Medrano, donde empezó a escribir el Quijote, y no quiso nombrar la localidad como venganza a esa indisposición transitoria de su infortunio carcelario, según cuenta la leyenda popular a causa de un «piropo de más dirigido a la sobrina de un tal don Rodrigo de Pacheco». En 1972 se declaró Monumento Histórico Artístico. La prisión de Cervantes en este lugar tiene sus reservas que comentaremos en su momento. Luego haremos nuestra visita a Villanueva de los Infantes, capital de los Campos de Montiel donde vivió el cervantino rico Camacho o el caballero del Verde Gabán. Haremos primera salida a Puerto Lápice como mandan los reglamentos de los nuevos caballeros motorizados, Villalba de San Juan, pasaremos por Alcázar de San Juan, nos acercaremos a los molinos del Campo de Criptana o tierras de los Sanchos, para ir desde allí al Toboso. Y por qué no, al final de nuestro viaje acercarnos a la Biblioteca Nacional de Madrid, y visitar la «Sala Cervantes» para ver qué podemos encontrar.

   Usted, señor Azorín, llega a una conclusión muy veraz, y que ha servido de provecho a muchos epígonos, la de que una obra de arte literaria no es ni su contenido ni la historia, sino una estética, la forma en que se cuenta, o sea, el estilo. Las características del periodismo de investigación, que podemos tomar como modelo de la propia obra de Cervantes, a cuyos personajes del El Quijote, usted les da un tratamiento de realidad absoluta, aquí estuvo, aquí se sentó, aquí le golpearon, por aquí pasó, aquí están sus huellas. Es la recuperación de una historia real. Los manchegos creemos que don Quijote existió realmente, bien como novelación de una realidad, o realidad de una novelación. Y este estilo, certero, conciso, detallista le da una importancia literaria a la realidad verdadera porque la realidad total no existe, sino la verdad parcial, la historia contada y desechando otras realidades, porque la selección es ya una manipulación, el punto de vista, que a los cervantistas nos llena de alegría, porque vemos a don Quijote no como a un personaje literario, sino el mito que toma cuerpo y vida por el estilo de un autor ágil e imaginativo.

Fuente: www.monover.com

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