Felipe Medina Santos
En ocasiones es bueno y motivo para que uno pueda sentirse a gusto dentro de la propia piel, pertenecer a eso que se llama la mayoría silenciosa que no suele manifestarse con estruendo, que prefiere el silencio reflexivo, que aparenta no tener criterio propio y que sólo se expresa con su voto una vez cada cuatro años. Ésa fue una de esas ocasiones. El sábado, 4 de junio del 2005, ha sido la fecha que algunos han pretendido que quedará en la historia de la «épica» antiterrorista. Ese día, en el que varias organizaciones que dicen representar a las víctimas de ETA, han llenado las calles de Madrid para exigirle a Zapatero que no negocie, en ningún caso, con los terroristas, con el argumento, retórico y vacío de la «dignidad».
¡Aborrezco a ETA!. Pero no sólo por haber causado en este país tanto dolor y sufrimiento, sino también por haber contaminado a una parte de la sociedad vasca de ese nauseabundo matonismo fascista que ha pretendido «legitimar» sus crímenes con la siniestra argumentación de no sé qué «lucha» por no sé qué «libertad». ¡Aborrezco a ETA!. Pero no sólo por el daño que ha causado a la convivencia democrática, sino también porque nos han intimidado hasta el punto de obligarnos durante tantos años, a añadir en nuestras condenas ese inaudito latiguillo de «víctimas inocentes». ¡Como si alguna víctima del terror pudiera ser culpable de su propia muerte!
¡Aborrezco a ETA!. No sólo porque ha convertido a Euskadi en un país en permanente estado de excepción política, sino porque, en ocasiones, los militantes del PNV se han visto envueltos en las emponzoñadas redes de la confusión y de la equidistancia.
Aborrezco a ETA, pero no fui a la manifestación. No, en mi nombre, los que dicen representar a las víctimas, incluido el Partido Popular y todo su aparato partidario y mediático, han recorrido las calles de Madrid tratando de convertir en verdad una gran mentira como es que el Gobierno de Zapatero esté negociando y entregado a los terroristas. No, en mi nombre, se va a consumar la gran patraña que pretende convertir el rastro criminal de ETA en una rampa de lanzamiento que alienta el PP en esa su ensoñación que ya es su consigna: «Recuperemos en la calle lo que en la calle nos fue arrebatado, de forma espurea, por los socialistas».
No, en mi nombre, van a lograr la confusión y el desaliento quienes pretenden cegar cualquier esperanza en el fin de la violencia. Así que, el sábado 4 de Junio, me sumé a esa gran mayoría silenciosa que no fue a la manifestación. Yo me sumé a tantos millones y millones, que también son buenos españoles, que llevan en su corazón otra pancarta bien distinta: «Sí, en mi nombre, señor presidente. Haga usted todo lo que esté en su mano para que no haya más víctimas del terrorismo, ni necesidad de ninguna organización que afirme que habla por ellas. Sí,en mi nombre, señor presidente, mantenga su actual lucha antiterrorista que tan buenos resultados está ocasionando, aunque sea traicionado por el Partido Popular. Porque no debemos confundirnos: lo único que le interesa al PP es recuperar el poder al precio que sea preciso, sin escrúpulos y sin el sentimiento patrio que tanto derrochan “de boquilla”
¡Sí, en mi nombre, señor presidente!».