Rosario Arévalo Sánchez
Hace ahora 25 años que la Asamblea de las Naciones Unidas designó el primer lunes de octubre como fecha para conmemorar el Día Mundial del Hábitat, celebrándose por primera vez al año siguiente, cuando se cumplía el décimo aniversario de la primera Conferencia Mundial sobre los Asentamientos Humanos de Vancouver (Canadá).
Quiero recordar en este día, lunes 4 de octubre, las palabras del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, que formaron parte de su mensaje de un día como hoy del año 2002.
“Si las ciudades son el futuro colectivo de la raza humana, es tiempo de que asumamos una responsabilidad colectiva para su desarrollo futuro. En este Día Mundial del Hábitat, insto a las autoridades locales y a los residentes urbanos, ricos y pobres, a seleccionar y compartir maneras de lograr un hábitat sostenible para toda la humanidad”.
Reconocía también en su mensaje como, en menos de dos generaciones, las dos terceras partes de la población mundial vivirá en núcleos urbanos. Ciudades que crecen a la par que se intensifican los problemas de la vida urbana.
Unos problemas que, a lo largo de la historia, han ido cambiando pero que, en definitiva, tienen un denominador común. Estrabón, en tiempos de la gloria de Roma, ya decía que una ciudad grande era sinónimo de soledad grande. Rousseau las definió como el abismo de la especie humana y Henry Thoreau afirmaba que la vida ciudadana eran millones de seres viviendo juntos en soledad.
Hemos diseñado y construido ciudades que podrían ser un fiel reflejo de afirmaciones tan contundentes pero, recién comenzado el siglo XXI, somos muchos los que mantenemos la esperanza que es posible “hacer ciudad” de una manera diferente.
La Carta de Aalborg es el referente europeo de una nueva política municipal. 279 municipios de Castilla-La Mancha ya la han ratificado, asumiendo el compromiso de trabajar y ofrecer a los ciudadanos y ciudadanas de esta región unos pueblos y ciudades sostenibles.
Una sostenibilidad que abarca múltiples ámbitos como el medio ambiente, la vivienda, la salud, la accesibilidad, el tráfico y el transporte, el empleo, los servicios asistenciales y sociales, la energía, la gestión de los residuos y el agua, la cultura, la educación y, como no, las relaciones humanas. Porque las ciudades deben ser un lugar para la convivencia, rescatando de tiempos no muy lejanos algo que, poco a poco, se nos escapa.
Las ciudades son el hábitat que los seres humanos nos hemos dado a nosotros mismos, ¿por qué, entonces, nos empeñamos en construir ciudades inhumanas?
En Castilla-La Mancha hemos iniciado el camino del desarrollo urbano sostenible, reconciliado con el entorno natural, donde la gestión de los residuos no suponga un problema generador de nuevos problemas, donde cada gota de agua se aproveche pero, a su vez, siga manteniendo la vida, los humos no nos impidan ver y el aire continúe siendo limpio, el ruido no nos ensordezca, la energía no nos paralice… donde, en definitiva, la vida cotidiana no merme nuestros recursos.
El llegar a conseguir la sostenibilidad no es sólo tarea de la administración, cuyo papel es actuar de catalizador para unir y establecer ejemplos a través de sus acciones. Es imprescindible la participación de todos los sectores sociales y ciudadanos en la planificación y diseño de actuaciones a largo plazo, no solo para la protección del medio ambiente, sino para asegurar la calidad de vida y la igualdad intra e intergeneracional.
Pensemos que el desarrollo sostenible es aquél que ofrece servicios ambientales, sociales y económicos básicos a todos los miembros de una comunidad sin poner en peligro la viabilidad de los sistemas naturales, construidos y sociales de los que depende la oferta de esos servicios. En definitiva, encontrar el equilibrio de nuestro hábitat.