Rosario Arévalo (Consejera de Medio Ambiente)
Comienza la primavera y con su llegada celebramos el Día Forestal Mundial, también conocido como Día del Árbol. Han pasado ya 33 años desde que, en 1971, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, creara este día con el objetivo de imprimirle un carácter simultáneo en todo el mundo.
Una fecha en la que todos debemos recordar que los montes y bosques constituyen una parte indispensable del paisaje actual, como también lo son de nuestra cultura y de nuestra economía, poseyendo, además, un enorme valor sanitario para la humanidad.
La utilidad de los bosques y montes se ha basado tradicionalmente en los aprovechamientos clásicos de la madera, pero existen otros importantes beneficios que hasta ahora no se consideraban puesto que su cuantificación económica es difícilmente abordable.
Así, nuestros bosques protegen contra la contaminación fijando el dióxido de carbono, liberan oxígeno, amortiguan los efectos extremados del clima, constituyendo elementos de primer orden para luchar contra el cambio climático, y frenan el avance del desierto y la erosión.
También conservan la diversidad de la fauna, flora y el paisaje, mantienen y regulan los acuíferos de los que obtenemos el agua potable y de riego, nos proporcionan recreo, son indispensables en las áreas montañosas puesto que actúan como elementos protectores de los terrenos, particularmente en las laderas, protegen los valles y aseguran el curso de las aguas.
El interés por conservar los bosques en España no es de ahora. A lo largo de la historia, los sucesivos monarcas dictaron normas y ordenanzas de conservación y fomento de los bosques, aunque muchas veces resultaban contradictorias con otras políticas.
A modo de ejemplo, cabe recordar que Alfonso X «El Sabio», en el Código de «Las Siete Partidas», dice que «los árboles, parras y viñas deben ser bien guardados, por lo que los cortan y destruyen, hacen maldad conocida». Se llega, incluso, a castigar con la muerte a los dañadores e incendiarios de bosques.
Por su parte, Felipe II mantuvo su preocupación por los montes, llegando a ser considerado como el «Amigo del Árbol» por su fomento incluso del embellecimiento, saneamiento y mejoras de los pueblos y valles con alamedas y árboles frutales, gracias a la influencia del talaverano Gabriel Alonso de Herrera, autor de «La Agricultura General».
En la actualidad, en Castilla-La Mancha tenemos cerca de 3,5 millones de hectáreas, que vienen a suponer casi la mitad la superficie regional. Por ello, la Junta de Comunidades aprobó en 1994 el Plan de Conservación del Medio Natural, una apuesta importante para conservar nuestros bosques y montes que ha conllevado la plantación desde 1983 de más de 170 millones de árboles a través de los distintos programas de reforestación de terrenos agrícolas y forestales.
Celebrar el 21 de marzo recordando a los árboles es casi una obligación puesto que la evolución de nuestra sociedad está ligada a los productos que de ellos obtenemos. Muchas de las cosas que cotidianamente utilizamos tienen relación con los árboles: un lápiz, un papel, un libro, un mueble, una pintura, un barniz, el periódico que leemos a diario…
Un día como éste no debe servir sólo para acordarnos de lo placentero que resulta descansar en un día soleado bajo su sombra, sino para recordarnos la gran dependencia y la enorme importancia que para nuestra salud y nuestro quehacer diario tienen las masas forestales.
Por ello, quisiera invitar a cada ciudadana y ciudadano de Castilla-La Mancha a plantar un árbol y a cuidarlo pues como dijo Felipe IV en sus ordenanzas: «… tan malo es dejar de plantar como plantar mal…”
El Día del Árbol no tendría que ser sólo el 21 de marzo, deberían ser todos los días del año.