La sombra de Escobar

La violencia escenifica el miedo a las ideas de los demás y la poca fe en las propias
ANTONIO FRAGUAS “FORGES”

En noviembre de 2015, acudí a Colombia en la que fue mi última misión internacional en este país. Asistí en Bogotá a varias reuniones con los nuevos responsables del área de justicia con los que tenía previsto trabajar. Continuando con las misiones regionales iniciadas en 2013, había programado visitar la zona del Caribe —Cartagena de Indias y Barranquilla—; pero debido a problemas de organización de los responsables colombianos, se anuló.

Me ofrecieron visitar las regionales de Cali o Medellín. Sin pensarlo mucho, elegí esta última que es, además de la segunda ciudad en importancia del país, —en lo económico, quizás sea la primera—, la capital del departamento de Antioquía y, en la que la sombra de Pablo Escobar, seguía siendo alargada. Aunque hacía ya más de veinte años de su muerte, todavía era un personaje venerado por algunos y denostado por los demás.

La capital antioqueña, era una ciudad muy distinta a Bogotá. Nada que ver con el caos organizado de la capital. Había todo tipo de transportes de superficie, metro, tranvías o por carretera, —autobús, taxi o vehículos especiales—. Me acompañaba en esta misión una mujer joven, que era militar de alta graduación, pero que vestía de civil. Además, disponíamos de un discreto servicio de seguridad y de un vehículo oficial con el que nos desplazábamos.

El primer día almorzamos en el Restaurante Hacienda, un establecimiento típico de platos tradicionales de Antioquía, en pleno centro de la ciudad. Tomamos patacones, —una especie de masa de plátanos fritos— con guacamoles y una salsa a base de picadillo de tomate y pimiento. El plato principal era una cazuela de frijoles con carne picada. En este país no suelen beber ni cerveza ni vino. La comida se acompaña con jugos, como llaman allí a los zumos. Yo tomé uno de guandolo, que llevaba limón y panela.

Esta ciudad es la más rica de Colombia y eso se nota en sus edificios, en sus infraestructuras, en los servicios, en el comercio en general y en la actividad de numerosas empresas, tanto multinacionales, como nacionales. Pero también se veía mucha gente humilde que parecía vivir en la indigencia junto a personas de más nivel. Ese es uno de los contrastes de muchos países hispanoamericanos que, en este país andino, se notaba mucho más.

Por la noche, fuimos a un parque ubicado en un monte en el que han construido un poblado antioqueño —pueblito paisa lo llaman—. Las casas típicas de allí, tienen corredores de madera, muchas habitaciones para dar cobijo a las familias numerosas que las moraban, y tiene una pequeña ermita. Algunas dependencias las utilizan para exposiciones o muestran, a modo de un museo etnográfico, los utensilios que utilizaban sus gentes, hace años.

Aquel año el Presidente Santos se reunió con el líder de la guerrilla de las FARC en Cuba, —con la presencia de Raúl Castro—, donde se celebraban las conversaciones de paz para Colombia. Esa imagen y la posterior firma de los acuerdos de paz, van a propiciar un cambio importante en el país. El fin de la actividad del grupo más agresivo de la guerrilla colombiana que venía hostigando al Estado desde la década de los sesenta del siglo pasado.

Coincidí con dos personajes que conocían de primera mano esta cuestión. El ex magistrado, Óscar Giraldo Jiménez, que ya jubilado, participaba con una organización civil de apoyo a los internos en los Centros Penitenciarios de Medellín. Y otra, era Marcia Rodríguez, ex fiscal y profesora de la Universidad Santo Tomás de Bogotá, que estuvo secuestrada por las FARC. Ambos coincidían en lo positivos que eran los acuerdos de paz que se estaban gestando.

De regreso a Bogotá, coincidí con un personaje interesante. Trabajaba, ya entonces, en inteligencia artificial para la banca y venía de una reunión con una corporación de Medellín. Me contó que él viajaba a Colombia desde hacía unos diez años y que era un país al que le veía muchas posibilidades económicas. Y entre otras cosas, parece que le pasaba lo que a mí en Bogotá. Decía que allí se cansaba y que no dormía bien. Males de altura, pensé.

Intercambiamos comentarios sobre viajes; me contó que pudo ser cónsul honorario en Myanmar, país que visitaba dos veces al mes. Y que viajaba mucho a Estados Unidos y a México, de donde era su mujer. Era profesor titular de informática en la Universidad de Alcalá de Henares. Su nombre es José Ignacio Olmeda Martos que, además de docente, era titular de una empresa de ingeniería informática.

A pesar de estar desactivados los cárteles de la droga de Cali y Medellín; de los acuerdos de paz que se estaban alcanzando en Cuba; y de la disminución de la actividad de los paramilitares; Colombia seguía siendo un país inseguro —aunque menos—. Porque la sombra de Pablo Escobar, seguía presente en la sociedad colombiana, como nos manifestaban muchos ciudadanos.

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