El feminismo es un fenómeno relativamente localizado y reciente – en las sociedades de corte occidental a partir de los años 60 del siglo XX, por más que haya habido circunstancias puntuales en el tiempo o en las sociedades – que trata de revertir el patriarcado, esto es, el dominio del poder (económico, religioso, político, etc.) por miembros de una mitad de la población que, por sistema, restringen el acceso a la otra mitad.
El machismo es la forma de ejercer este control, en lo tangible y en el pensamiento, de manera objetiva – reconocida en la desigualdad de salarios y ocupaciones – y subjetiva – reconocida en los roles culturales que dicho modelo impone a hombre y mujeres, admitidos tanto por hombres como por mujeres.
Sin embargo, también somos muchos, tanto hombres como mujeres, los que creemos que debemos evolucionar hacia una sociedad en la que exista una igualdad de género real, sin ningún tipo de discriminación por razón de sexo, porque las mujeres dan continuas muestras de que son capaces de equipararse a los hombres.Por ejemplo, comprobamos que ellas participan mucho más que los hombres en actos que requieren capacidad intelectual(en número de estudiantes, en asistencias a actos culturales, etc.). No obstante, muchas mujeres se ven abocadas a ocupar puestos en la Administración Pública, por acceso libre y por mérito propio, en campos en los que – en la profesión liberal – carecen de oportunidades de acceso.
¿Cómo corregir esta situación, cómo reparar la discriminación por razón de sexo? hay varias estrategias: la discriminación positiva, la transversalidad, el lenguaje, etc. Hasta cierto punto, me parece obvio que sacar a relucir la valía de la parte más débil de la ecuación (las mujeres) incide en la mejora de ésta y en la autoestima personal. Pero ni me parece suficiente, ni creo que el uso sistemático de estas estrategias sea siempre acertado. Ni fácil. Me explicaré:
Parafavorecer la inclusión de un sector declaradamente desigual – pongamos por caso, las mujeres –la discriminación positiva es un valor en alza, porque facilita la oportunidad de acceso. Perono me parece adecuado si el único mérito es el género. Si se fijan, las orquestas se forman con criterios de cualificación. Y están llenos de mujeres de toda tipo porque son profesionales acreditadas y valiosas, que si no rindieran no estarían ahí. No hay cuotas de género de ningún tipo, da igual que sean más ellas que ellos, o al revés. Pero en la ceremonia de la confusión se dan también otros casos: cuesta encontrar mujeres artistas creadoras en otras épocas pasadas, pero no hoy en día, porque la época en que estudiar o trabajar fuera de casa estaba negada a las mujeres ya está superada: estamos en una situación distinta. Sin embargo, se hacen conciertos de “compositoras”, como si esto fuera un valor añadido sobre las obras o las propias autoras. Los resultados finales deben revalidar la confianza otorgada al principio.
El uso del lenguaje es una forma indiscutible de manifestación del pensamiento y las costumbres. Perome molesta lo que se denomina “lenguaje inclusivo”, que viene a ser, de entrada, un maltrato al idioma: hay tres géneros gramaticales, que son masculino, femenino y neutro; éste último se normaliza con el masculino y se recurre a él para referirse a ambos géneros de forma neutral (eso no pasa en el idioma inglés, por ejemplo, pero no somos ingleses, sino españoles): El uso del “neutro” no implica la exclusión del femenino. Invito a cualquiera a leer documentos oficiales para comprobar las contradicciones de esta práctica. Otro ejemplo en esta línea está en el mal uso del “participio activo”. Igual que hay residentes (y no residentas) – que es el hombre o mujer que reside – o invidentes, creo que debería haber presidentes (y no presidentas). Invito a consultar el diccionario de la R.A.E. El lenguaje inclusivo supone en definitiva un modo un tanto absurdo, inútil en cuanto al propósito que invoca.
Blanco sobre negro / Negro sobre blanco, invertir los términos cambia la apariencia, pero no la situación. Esto nos permite distinguir cuando hay situaciones de discriminación. Pero también observo frecuentemente actitudes que, en nombre de aquel derecho legítimo, resultan igualmente perversas. Cuando hay mujeres que adoptan el mismo comportamiento de dominación que rechazan, que se escandalicen de ver mujeres objeto, pero no hombres objeto, que su agresividad pueda equipararse al de hombres agresivos. Me ofende la presunción sistemática de culpabilidad hacia el hombre en caso de conflicto familiar – por más que abunden los casos de violencia machista – o la afirmación de que “el Hombre” domina a la mujer y la maltrata, porque me siento aludido en estas generalizaciones injustas o injustificables.La discriminación por razón de género tampoco se revierte invirtiendo los términos.Desde mi punto de vista, estas maneras determinadas de intentar lograr la igualdad de género – que logran calar en las conciencias con argumentos falaces – que no tienen nada que ver con el propósito inicial de lograr superar la discriminación de la mujer, deberían corregirse. Porque encima dan argumentos a quienes ven un desafío en este asunto de la igualdad (atreviéndose alguno a proponer el “día del macho”, y otras barbaridades increíbles pero ciertas).
Es evidente que las estrategias anteriores se basan en visibilizar las capacidades de las mujeres desde una posición igualitaria. Pero creo que deben ser visibilizadas principalmente por los hombres. Y para mejorar la receptividad, se necesita un nuevo modelo de hombre, que asimile esta situación con todas sus consecuencias. En cambio, me parece que el debate sobre nuevos modelos masculinos y su relación con las mujeres está ausente. Ausente entre ellos y entre ellas. Creo que no se puede lograr la igualdad si no se va a la raíz del problema, que está en formasextendidas y arraigadas depensamiento y comportamientos (nuevamente) de referencia ¿qué piensan “los hombres”? ¿Cómo reaccionan, cómo se comportan ante casos cotidianos o extraordinarios?¿Se comprende la naturaleza masculina – dicho así, en general?
Así como se puede entenderque a través de la liberación de la mujer se produce un cierto modelo femenino distinto al rol costumbrista, no es fácil encontrar alternativas similares para un rol masculino. No creo que se trate de adoptar referencias femeninas – como en el modelo “metrosexual”, que no deja de ser un modelo superficial – porque hombres y mujeres somos diferentes.Seguramente porque al hablar de igualdad, nos referimos simplemente a la igualdad de oportunidades. Pero también debería extenderse a la capacidad de expresión de todo tipo de sentimientos – en cuanto que son humanos – sin coacciones ni censuras propias o ajenas. O en el modo de reparto de las tareas y responsabilidades domésticas. O en el reconocimiento y respeto a la otra parte, sin ofensa ni bravuconadas…Me parece reprochable la conducta de aquellos hombres que – en su condición masculina – aprovechan la ventaja que el modelo social costumbrista impone. Creo que, desde una diferencia bien entendida, si definimos bien el modelo masculino, lo corregimos y lo asimilamos, seremos capaces de transformar la situación.
Inevitablemente creo que la solución se encuentra en la coeducación, con la premisa de que la educación, el aprendizaje, no se ciñe exclusivamente a edades tempranas, sino a lo largo de toda la vida. En todas las facetas, hasta en las más inocentes. Y en la implicación también de los hombres con los hombres.La igualdad de género se asocia mecánicamente a “cosa de mujeres”, y no debería ser así. Porque dejando al margen las diferencias congénitas que nos enriquecen, somos personas, y con ello iguales.
Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde
Efectivamentey ante todo, somos PERSONAS.
Por ello la IGUALDAD ANTE LA LEY (articulo 14 CE) no debe redundarse a traves de la igualdad de genero que es un instrumento de ingieneria social perverso.
La ideología de genero nace como aplicacion a los generos de la dialectica marxista de la lucha de clases, y por ello no hace mas que generar conflictos en la convivencia.
Nada mas denigrante para una mujer que no se evaluen sus meritos sino su condicion, y nada mas injustificado que el hombre padezca por ello discriminacion.
Los méritos de cada cual son los que han de medir sus relaciones sociales y económicas.
Tanto nos cuesta cuestionar y enjuiciar la racionalidad de una ideología de género que ha empozoñado la convivencia social y familiar??
En el siglo XXI y en Occidente esta ideología de género nos ha neurotizado e ideotizado a todos.
Hay tantas actitudes machistas como sensibilidades ( cada mujer tiene un patrón de conducta machista que le subleva más que otras) de las mujeres que las padecen. Debería existir una pastilla que cambiase el sexo a los hombres de forma reversible, claro, durante al menos un mes, para saber que es lo que les afecta. Mi pareja dice que no hay machismo más sutil y a la vez más ofensivo (para ella) que la actitud condescendiente que gastan algunos hombres para relacionarse con las mujeres. Y lo peor, dice, es que suelen ser auténticos mastuerzos con un coeficiente intelectual que dista mucho de ser alto.
El verdadero machismo es o infravaloracion o revanchismo del sexo contrario.
Involucion que se hace permanente.
Iguales no somos pero mejores tampoco.
Solo hace falta tener cultura y no kultura.
Y valorar el compromiso de pareja con el otro/a para darse cuenta, de que somos las personas y no los sexos, el unico valor añadido.
Pero para esto hay que darle a la pelota y no todos están formados para ello.
Y Viva ser distintos y complementarios!!!
Otros diran, viva la revancha o viva la superioridad y el enfrentamiento…y si no lo hay…lo inventamos!!!