José Ignacio González Mozos.- Una aberración no es menos despreciable por el hecho de haber sido normalizada por el hábito social, ni deja de ser abyecta por mucho que la cotidianeidad nos haga creer que su honorable finalidad justifica los medios. Cuando el ser humano es visto como un objeto y pasa a convertirse en un simple vehículo a través del cual se puede conseguir la fama o la riqueza, pueden suceder hechos tan lamentables como los que durante más de dos siglos acontecieron, con luctuosa normalidad, en el mundo de la música clásica.
Me refiero obviamente a los “castrati”, esos niños que a la temprana edad de ocho o nueve años, eran mutilados sexualmente bajo la promesa de una gran carrera como cantantes de éxito, que les colmarían de riquezas tanto a ellos como a sus familias, aunque en el mejor de los casos la cruda realidad desveló que sólo uno de cada cien llegaría a lo más alto, quedando muchos frustrados y mutilados de por vida.
La razón la tenemos en una interpretación demasiado rígida de la biblia, concretamente en la primera carta de San Pablo a los Corintios (14, 34), en la que se dice que “las mujeres deben callar en las asambleas” y según la cual en tiempos del papa Clemente VIII se prohibió que las mujeres actuaran en las capillas e iglesias, llegando incluso esta prohibición a los principales teatros pertenecientes a los Estados Pontificios. Al principio fueron falsetistas los encargados de doblar las voces femeninas, pero aunque la iglesia no aprobaba la castración, en poco tiempo fueron niños castrados, los denominados “castrati”, quienes se ocuparan de llevar el peso de las voces agudas en las misas, los funerales o conciertos privados ya que su riqueza tímbrica, virtuosismo y potencia eran superiores a la de una voz de mujer, llegando a ser muy estimados por el clero y la nobleza, equiparándose a lo que hoy día sería una superestrella del pop.
Tal era la popularidad de muchos de estos cantantes a principios del siglo XVIII, que existían infinidad de conservatorios para “castrati” especialmente en Italia que es donde más repercusión tuvieron este tipo de actos, destacando los conservatorios de Roma, Bolonia y Nápoles, en los que reputados maestros como Francesco Antonio Pistocchi, Porpora o Bernacchi se encargaron de aplicar una férrea disciplina de trabajo sobre sus alumnos a los que se les preparaba de manera estricta durante casi diez años para cubrir la gran demanda de este tipo de voz en Europa.
Como ya señalamos la operación del “castrati” tenía lugar a edades tempranas, entre ocho y doce años, y consistía en cortar los cordones espermáticos tras lo cual los testículos se atrofiaban pudiendo incluso llegar a extraerse en su totalidad, todo esto con el fin de que la laringe no creciera con la llegada de la pubertad y pudieran mantener su voz aguda de niño pero con la potencia propia del hombre, ya que el tamaño de la caja torácica y de los pulmones no se veía afectado, durante toda su vida.
Se cree que eran miles los niños, generalmente pertenecientes a familias pobres y necesitadas, los que en Italia se sometían cada año a esta inhumana operación, bajo presiones paternas que ocultaban oscuros y mezquinos intereses ya que si bien un buen “castrati” podía llegar fácilmente a hacerse rico, también es verdad que muchos fracasaban durante los durísimos estudios que debían realizar para formarse y en los cuales muchos acababan abandonando la música, por no mencionar aquellos que perdían la vida debido a las precarias condiciones que rodeaban la operación realizada en muchos casos por barberos que narcotizaban con Opio al niño, sumergiéndole en una bañera con leche caliente para adormecerle aún más, para hacer así la intervención menos traumática.
Los “castrati” fueron muy estimados en los escenarios operísticos de toda Europa durante el Barroco, pudiendo destacar nombres como Baldasare Ferri, Francesco Rossi, Cafarelli, Pasqualini, Pistocchino o Farinelli entre otros, aunque a finales del siglo XVIII y en especial con el desarrollo del pensamiento ilustrado y de la revolución francesa comenzará su declive. Voltaire y Rousseau condenaron la castración llamando “monstruos” a los padres que la consentían, estableciendo el mismísimo Napoleón Bonaparte, tras conquistar Roma, la pena capital para quien la practicase prohibiendo la admisión de niños castrados en los conservatorios napolitanos. Así mismo la iglesia cambió su actitud permitiendo a las mujeres actuar en los escenarios teatrales a partir de 1798 e ilegalizando el papa Benedicto XIV la mutilación con fines ajenos a necesidad médica. Con la despedida de los escenarios de Gianbattista Velluti en 1830, desaparecen definitivamente los castrados de la ópera manteniéndose sólo en el coro de la Capilla Sixtina hasta 1902 cuando tras el decreto del Papa León XIII se prohibió la utilización de castrados en ceremonias eclesiásticas. El último “castrati” Alessandro Moreschi se retiró en 1913 dando fin a esta vergonzosa práctica que inundó de cantantes las principales capillas y teatros de Europa durante más de dos siglos.
España no es ajena al gusto por la voz de “castrati” que se extendió por toda Europa durante el siglo XVIII y el mejor ejemplo de ello lo tenemos con la llegada a la corte española en 1737 del italiano Carlo Broschi, más conocido como “Farinelli” y en la que pasó más de veinte años. Concretamente “Farinelli” llegó en Agosto de 1737 al palacio de La Granja, actuando el 25 de dicho mes de Agosto para el rey Felipe V. Fue la reina Isabel de Farnesio quien a instancias del conde de Montijo, embajador español en Londres, atrajo a “Farinelli” desde esta ciudad, dónde se encontraba cantando en el teatro “Lincoln`s inn Fields”, hasta la corte madrileña para mejorar el lamentable estado de melancolía en el que se encontraba inmerso su esposo Felipe V, que sufría estados de verdadera demencia en los que se obsesionaba con que podía ser envenenado en cualquier momento o desarrollaba manías como la de creerse muerto permaneciendo durante días en la cama sin comer ni beber y con la mirada fija.
A Felipe V sólo le animaba tener noticias de Francia, que le dieran esperanzas para ocupar el trono de su abuelo Luis XIV y cómo no, la música que como un dulce bálsamo le calmaba y le hacía volver a la realidad. Cuentan que tras la actuación de Farinelli ese milagroso 25 de Agosto de 1737, el rey volvió en sí con renovado optimismo.
Tan excelso bálsamo tuvo su generosa recompensa ya que el 30 de Agosto de 1737 el rey Felipe V expedía un decreto en el que nombraba a Farinelli “criado mío, con dependencia solo de mi y de la Reina, mi muy cara y amada esposa, por su singular habilidad y destreza en el cantar, concediéndole 1.500 guineas, moneda de Inglaterra, reguladas en 135.000 reales de vellón cada año, sin descuento alguno, los cuales deben correrle desde el día 25 de este mes en adelante, situados sobre la venta de Estafetas del Reino(…) y un tiro de mulas para ejecutar los viajes de mis jornadas, así como alojamiento decente y competente para su persona y familia”.
Leyendo esto podemos deducir que Farinelli dependía exclusivamente del rey y la reina sin que ningún ministro ni gobernante pudiera darle órdenes. De esta manera la omnipresencia de Farinelli en la vida musical española se hizo patente en hechos como la importante difusión de la ópera italiana en nuestro país, la protección que ejerció sobre los músicos italianos en España entre los que se encontraban las hermanas Ana María y Victoria Peruzzi o el violinista Mauro Alai, y en el objetivo de sanar a Felipe V de su enfermedad a través de la música, cosa que ya anuncia el uso de la musicoterapia como medicina para la mente.
El interés por la difusión de la ópera italiana en España como principal objetivo de Farinelli, lo podemos observar en las representaciones de ópera que organizó, al poco de llegar a España, en el Coliseo del Buen Retiro con los actores del teatro de “Los Caños del Peral” y otros traídos expresamente por él desde Italia como Cafarello. Así se llegaron a representar óperas como “Alejandro en las Indias” de Metastasio con música de Courcelle, “Farnace” con música también de Courcelle que fue repetida al menos tres veces, “Achiles en Sciro”, “La gaza de Numi” o “Lea, imperatrice della China”.
El 9 de Julio de 1746 falleció Felipe V, sucediéndole en el trono Fernando VI casado con Bárbara de Braganza, gran amante de la música y la cultura en general. Farinelli vio, por esta razón, aumentadas sus atribuciones pasando a ser el único responsable de organizar las fiestas palaciegas, tal era la confianza del nuevo monarca en el músico italiano. Ha quedado constancia del extraordinario trato que Farinelli dispensaba a los solistas y virtuosos de música con los que trabajaba, cuidando con especial esmero las orquestas del Coliseo del buen retiro y la de Aranjuez, encargándose entre otras cosas de detallar su composición, obligaciones y sueldos. Todo esto propició que la corte de Fernando VI y María Bárbara de Braganza se convirtiera en la referencia europea en lo que al cultivo de la ópera italiana se refiere, destacando el estreno bajo su reinado de óperas como “Armida Placata” estrenada con motivo de la boda real de la infanta Doña María Antonia Fernanda con el Real duque de Saboya el 12 de Abril de 1750 y que debido a su grandioso éxito hizo que el rey honrara a Farinelli con la Cruz de Calatrava y una caja de oro y diamantes. El Consejo de Ordenes practicó las pruebas de sangre e hidalguía a Farinelli el 5 de Septiembre de 1750.
En Agosto de 1758 murió la reina María Bárbara de Braganza tras una larga y agónica enfermedad, lo que aceleró el estado de locura del rey Fernando VI que falleció justo un año después en el castillo de Villaviciosa de Odón donde se encontraba recluido.
Sucedió el reinado de Carlos III quien sentía poco interés por la ópera italiana y menos aún por Farinelli, lo que provocó que este abandonara la corte española y regresara a Italia instalándose en su mansión de Bolonia cargado de dinero, regalos reales y una pensión vitalicia que le dispensó la corona de España hasta su muerte acaecida el 16 de Septiembre de 1782.
Se cierra así un importante capítulo de la historia de la música española en la que el gusto por lo italiano predominará por encima de todo y sentará las bases del desarrollo musical del siglo XIX que tendrá a la ópera italiana como eje omnipresente en los principales teatros españoles.
[…] y donde no faltó el continuo a cargo de Bezrodny, página que recordó el auge de castrati como Carlo Broschi “Farinelli”, un verdadero fichaje galáctico de Felipe V para la corte española de entonces. Buen […]