No soy muy dado a aplaudir a los colegas cuyas opiniones impresas con firma y rostro coinciden con las mías. Más que esa complacencia prefiero el debate con quienes sostienen criterios diferentes, aunque admito que mi oficio de escritor me ha acarreado una especial inclinación por la valoración del estilo. Reconozco que un buen estilo literario es capaz de seducirme, aunque el preciosismo de la prosa sustente unas tesis antípoda a las mías. Si el estilo me engancha, el columnista ya tiene ganado medio correligionario.
Si, por el contrario, la envoltura literaria es la resultante de una artificiosidad rebuscada, así defienda el articulista la paz cósmica, me repelerá con la misma intensidad que me atrae mi opositor en pensamiento. Pero cuando quien escribe lo hace claro, bien, con los arabescos justos, y encima lo que dice es compartido, guau. Y perdón por el ladrido. Pues bien, viene esto al caso de un artículo reciente de Elvira Lindo en la edición de El País del pasado día 30 en el que exponía la necesidad de un cambio porque no es normal que prácticamente todas las instituciones españolas padezcan un generalizado descrédito. Esta conclusión, casi es un lugar un común puesto que serán legión los lectores que urjan también a un buen meneo. La pregunta es qué cambio y en qué dirección. Dice Lindo que España y los españoles casamos mal con un espíritu moderado (ojo, moderado no es sinónimo de conservador como conservador puede ser un concepto maravilloso en función de lo que queramos conservar), y, ay, alude a “la sombra de la inhabilidad española para sostener en el tiempo períodos democráticos y estables”. Uno, a niveles mucho más modestos, ya ha dejado escrito esto en algún recodo del largo camino que lleva escribiendo. Acercarse a la Historia de este país te puede atrapar en el laberinto de la paradoja, y el gran tópico adherido a la singularidad de una España diferente: como si en lugar de aprender de los errores de la Historia estuviéramos abocados a repetirlos. No me extenderé, pero un viaje por la última centuria muestra esa inhabilidad tan nuestra para mantener cierta concordia y armonía social por un tiempo largo, que en la Historia también es subjetivo cuantificar. Una vez superada una etapa histórica anterior, como los niños descubiertos en sus travesuras, los españoles nos damos un gran consenso y un sonoro apretón de manos, pero así que pasan unas décadas volvemos a las andadas y a las ensoñaciones revisionistas, es decir, aflora de nuevo “la sombra de la inhabilidad española para sostener en el tiempo períodos democráticos y estables”.
A día de hoy el ambiente quema y es el de una confrontación civil, política y mediática con demasiados actores en juego, y posiblemente, con inconfesables intenciones. La unidad territorial del Estado, amenazada; el partido que sustenta el Gobierno y el mismo Gobierno, en una situación delicadísima acosados por la sombra de la sospecha y la crisis económica; la Monarquía, tocada y salpicada por los efectos colaterales de la corrupción y los garbeos innecesarios del Rey a pegar solazarse en la sabana; el principal partido de la oposición, pero con una amplísima carrera en el ejercicio del poder, desautorizado política, económica, social y moralmente para ponerse en plan campeón; la izquierda a la izquierda del PSOE con toda su pureza social (en parte porque ha tocado poco pelo), con el minutero en el siglo XXI pero con el horario en la Revolución Industrial de Marx, y el movimiento 15-M disuelto en su propia transparencia y horizontalidad.
Lindo con el cohete final: “Y algo debe cambiar para que nuestra vida no se vea alterada de manera dramática por un salvador que pervierta nuestro derecho legítimo a vivir en un país igualitario y fiable”. Como si consciente o inconscientemente, nuestro asilvestramiento y furor contra el otro por pensar diferente,por mandar diferente, por gestionar diferente nos llevara de por natural hacia un ambiente irrespirable de imposible vecindad. Digámoslo claro: los españoles llevamos un pequeño dictador dentro, y a todos desde el PP hasta IU de los verdes y los rojos pasando por todo el arco de triunfo les encantaría mandar sin oposición, o con la oposición destruida, y sin elecciones de por vida. Lo que ocurre es que la Historia también evoluciona y no parece probable una involución de ira y humo como en centurias anteriores.
La alternativa a futuro la ofrece la tentativa de un neopartido organizado en un asamblearismo internauta sin rostro y sin nombre que predica la Utopía virtual. SOS.
Inhabilidad hispana, queda como fruto de una coyuntura, como falta de habilidades democráticas q pero ¿no sewrá incapacidad, pura y dura
Inhabilidad hispana, queda como fruto de una coyuntura, como falta de habilidades democráticas que pueden perfecccionarse con el ejercicio. Pero ¿no será incapacidad, pura y dura, para esas tareas? (Perdón por el erro previo)
Pues ya me asusto del todo
[…] de fraude a quien esté familiarizado con la historia contemporánea de Irán. Estoy de acuerdo con Manuel Valero cuando asegura que, en sus lecturas, disfruta más de la forma que del fondo, lo que es […]